8.11.05

En Busca de la Maleta Perdida (parte 2)

Sí, por fin me he decidido a continuar la crónica. A este ritmo, la acabaré cuando ya me vaya de vacaciones otra vez...

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20 DE AGOSTO

Venga, ya es otro día. ¡Pero no estamos en el Pyramisa! Es igual. Lo que sea. Arriba, que empezamos ya con uno de los días más largos y duros.

Conocemos al guía de nuestro grupo, con el pintoresco nombre de Kramy (tal como nos lo escribió). Podríamos describir a Kramy como El Guía Definitivo. Ya descubriremos por qué. También conocemos al resto de nuestro grupo: dos madrileños (Fausto y Ana, un par de tortolitos) y una catalana (María del Mar, que ha viajado por más de medio mundo).

Desayunamos fuerte y bajamos del barco, que no se ha movido del sitio en toda la noche. Hoy toca visita por Asuán. La primera parada es en una antiquísima cantera, con un peazo árbol en la entrada, que me lleva a preguntar cómo se las arregla para sobrevivir ahí.



En mitad de la pendiente está el Obelisco Inacabado de Asuán, un descomunal pedrusco de granito, de vaya usté a saber cuántas toneladas, cuya construcción fue ordenada por la reina Hatshepshut (más adelante se hablará de ella), pero que no pudo finalizarse por una rotura en la base.

Sí, bueno, como dice cierto ex-miembro de ADLO, "tened la mente limpia".



Prosigue el viaje matinal y hacemos una parada imprevista. Al menos para nosotros. Resulta que Kramy sabe lo de la maleta perdida, y nos lleva a todos a una tienda para que pueda comprar algo de ropa, ya que prácticamente no tengo casi nada de repuesto. Elijo una camiseta con un dibujo estampado de un camello con cara de cabroncete llevando un montón de maletas (no, la sutileza no es muy fuerte) y unos pantalones. Pero tardarán un rato en hacer el estampado, así que seguimos con la ruta.

Llegamos a la descomunal Presa de Asuán, construida por los rusos y "madre" del Lago Nasser. Hay algunos perros tirados en las pocas sombras del lugar. Más o menos a estas alturas empezamos a ser conscientes de que vamos a tener que ser muy parcos con lo que grabemos con la cámara, ya que sólo tenemos tres cargadores y nos gustaría llegar a las pirámides con ellos. Y hablando de cosas que se llevan encima... hum... noto como si faltara algo...

Y yo sin mi móvil como un gilipollas madre, y yo sin mi móvil como un gilipo-o-o-llas.





En la tienda de ropa me había probado unos pantalones. Al parecer, el móvil se me había caído en el probador. Afortunadamente, y gracias a una llamada oportuna, nos confirman que el móvil está ahí esperando, junto con la camiseta ya estampada. Pues nada, tendrá que esperar mientras continuamos el viaje, que ahora nos lleva a una faluca (barco de vela) situada tras uno de los grandes cruceros del muelle. Durante unos minutos tenemos que tragarnos los humos que salen del barquito de los cojones, una experiencia que no le deseo ni a mi peor enemigo. Bueno, al peor quizá sí...



Pasados unos minutos, y como la faluca no tira mucho (es un día de poco viento), nos cambiamos a un barco de motor... ¡en mitad del Nilo! Ni muelles ni leches. A saco. Proseguimos la travesía (ahora sensiblemente más ruidosa. María se queja de que el otro barco era más agradable, y con razón), y nos topamos con una de las mejores anécdotas de todo el viaje por Egipto: Los Niños Cantores de Asuán. Son unos críos que flotan en el río, montados en micro-barcas que parecen de juguete, y se enganchan al primer barco de turistas que pillan. Cuando llega el primero, ocurre lo siguiente:

[Niño 1] ¿Italianos?
[Mi madre] Españoles.
[Niño 1] (coge aire) GUAAANTANAMERAAAAAAAAAAAA GUAJIRA GUAAAANTANAMERAAAAAAA...




Y si esto os parece fuerte, mirad lo que ocurre con el segundo crío que se nos pega:

[Niño 2] ¿Españoles?
[Yo] Sí hijo, sí...
[Niño 2] POOOOROOOOPOPOOOOO POROPOPOROMPOMPEEEROPEROOO POROPOPOROMPOMPEEEROPEROOO POROPOPOROMPOMPOOOOOOO...


Un auténtico jukebok internacional flotando en las aguas del Nilo. Estos críos iban a Operación Truño y eliminaban la competencia a base de reventarles los tímpanos (total, jamás han tenido oído musical...). Ni que decir tiene que en ambas ocasiones, todos los presentes en el barco (excepto el capitán) nos descojonamos vivos.

Tocamos tierra. Ahora nos espera otro método de transporte más alto, más peludo, más ruidoso, más apestoso y más testarudo. No, no nos subimos a Chewbacca. Él no es apestoso. Hablo de camellos... ¿o debería decir dromedarios? Creo que más bien lo segundo, porque sólo tienen una joroba. El caso es que nos subimos porque nos espera un buen trecho (a pleno sol, con dos cojones) hasta el poblado nubio. Mi camello comienza el último del grupo, pero enseguida descubro que es una especie de Fórmula 1 con joroba, mete el turbo y acaba adelantándolos a todos con un minuto de ventaja. Para más inri, el bicho se llamaba Oscar. Y el que llevaba a mi padre, Bob Marley. Que no miento, coño.



Aprovecho ahora para decir, llegados a este punto, que la mayoría de los nombres de los lugareños (y hablo de Egipto en general) son de lo más topicazo que podaís imaginar: hay tropecientos Ahmed, Mustafá, Abdul, Alí, Mohamed. Es como si aquí todos nos llamáramos Juan, Pedro, Francisco, José... er... bueno, sí, más o menos...

Llegamos al poblado y nos asaltan los niños vendedores de souvenirs. Una buena forma de joder el clímax. Nos llevan a una casa en la que tienen cocodrilos. No, no me estoy quedando con vosotros: hay cocodrilos vivos metidos en una especie de acuarios sin tapa y con muy poca agua. Había una madre relativamente grande y bastantes crías. A las pruebas fotográficas me remito.





Nos sirven refrescos (también a otros grupos de turistas españoles que han llegado al lugar, muchos de nuestro barco) y té rojo, que es algo así como la bebida nacional, sin el "algo así". Los egipcios la toman a todas horas y en cualquier lugar. El caso es que luego salimos a dar una vuelta por el poblado nubio (bajo un sol de justicia), y el guía nos lleva hasta la escuela. Entramos en un aula y nos sentamos. Y entonces aparece el profesor...

Lástima que no tenga ninguna foto suya. Era como un cruce entre un abuelete de la España profunda sin boina, y el padre de familia de una película ambientada en el desierto que está a punto de morir tiroteado por los villanos. Nos enseña el alfabeto y los números el 1 al 10, tanto en árabe como en nubio. Y cuando nos pregunta y nos equivocamos, nos pone de cara a la pared, sonriendo y blandiendo su bastón como si fuera un garrote. Sencillamente espectacular. Posiblemente lo más divertido de ese día.

Pero todos estamos ya reventados. Regresamos al Moon River (¡pero no es el...! Oh, por favor, no sigamos con esto...) para relajarnos y comer tranquilamente. Vemos que en las habitaciones nos han dejado las toallas limpias presentadas con formas curiosas, como cisnes o flores (algo que se repite el resto de días). Es entonces cuando comienza definitivamente el crucero, y descubrimos que nuestro barco es la tortuga de la flota del Nilo. En serio. Le adelantan TODOS los demás.



En fin... tras la digestión subo a ver la piscina del barco, en la cubierta superior. Es pequeña, pero basta para poder remojarse, bucear y relajarse un rato en ella. Lo más sorprendente es que, a pesar de haber estado recibiendo el calor del sol egipcio en agosto durante todo el día, el agua de la piscina... ¡está fría! Misterios de la física...

Tras unas horas de crucero llegamos finalmente a la segunda etapa de nuestro viaje: el Templo de Kom-Ombo. Para salir del barco hay que recurrir a una técnica que repetiremos bastante a lo largo del viaje, y que consiste en colocar un montón de barcos como el nuestro en paralelo, y atravesarlos uno a uno hasta llegar a la orilla.

El templo en sí es bastante singular, pues está dividido en dos partes iguales; una dedicada al dios Sobek (cabeza de cocodrilo), y la otra al dios Horus (cabeza de halcón). Se hizo de esa manera para simbolizar el equilibrio entre ambas fuerzas, hasta el punto de que los relieves de su interior están realizados de forma simétrica a ambos lados del templo. Entre esos mismos relieves se pueden ver, además de los dioses que he citado, a Hathor (esposa de Horus) y a la mismísima reina Cleopatra.





Empieza a anochecer, y los mosquitos comienzan a aparecer por todas partes. Pero enseguida deja de preocuparnos porque hay bastantes murciélagos por la zona. De hecho, Kramy nos lleva hasta la Batcueva (ejem...), que no es otra cosa que un enorme pozo donde viven los murciélagos. Al parecer, en el pasado remoto se utilizó como método para calcular los impuestos, dependiendo del nivel de agua que albergase.



Ya es completamente de noche y visitamos el mercadillo que rodea el templo. Nos tomamos un descanso en un bar (o el equivalente egipcio) y entonces descubro algo insólito: ¡la Fanta naranja que me sirven, tiene la forma, logotipo y sabor que tenía cuando se fabricaba a finales de los 80 y principios de los 90! Fue algo rejuvenecedor. Además, un grupo de hombres vino a tocar música mientras bebíamos (léase: venían a por la propina). Luego nos metemos en una tienda de ropa (realmente egipcia, no como la primera), ya que necesitamos algo con lo que disfrazarnos para la fiesta de esa noche en el barco (y ya digo de antemano: me niego a mostrar una sola foto de "eso").

Volvemos, dejamos los trajes en las habitaciones, cenamos (con una curiosa bienvenida musical. A los camareros les va mucho la marcha)... y cuando volvemos, descubrimos que los tripulantes del barco son unos cachondos: han cogido las toallas, almohadas y los trajes de la fiesta, y los han.. humanizado. La foto inferior es de otro día que repitieron la misma jugada (con otra ropa diferente), pero para el caso ya vale.



En fin. Toca disfrazarse. No me gusta bailar, así que me relajo un poco subiendo a la cubierta superior. Porque, además, esa misma noche hay luna llena. Y eso es algo que vale la pena ver en un lugar tan poco polucionado como el sur de Egipto.

Bufff... ya está. Suerte que no todos los días son tan largos de explicar...